Los efectos de la cocaína aparecen de forma casi inmediata tras su administración, y desaparecen después de algunos minutos. Otros efectos –como la imposibilidad de conciliar el sueño– pueden durar algunas horas.
Cuando una persona consume una pequeña dosis, experimenta una sensación de euforia, energía, ganas de hablar y estado de alerta, especialmente en respuesta a estímulos visuales, sonoros y táctiles. La cocaína también disminuye la sensación de hambre y fatiga. A algunas personas puede impulsarles a realizar tareas físicas e intelectuales más rápidamente, mientras que otras experimentan el efecto contrario.
Los efectos fisiológicos de la cocaína, a corto plazo, incluyen la constricción de los vasos sanguíneos, la dilatación de las pupilas y el aumento de la temperatura corporal, la frecuencia cardiaca y la presión arterial. Pueden también aparecer movimientos repetitivos (estereotipias) y bruxismo (rechinar de los dientes).
Cuando se consume en dosis más elevadas y de forma frecuente, sus efectos indeseables son más intensos. En ocasiones desencadena comportamientos extraños y violentos, temblor, disforia, vértigo, ideas paranoides –como sentir que otras personas quieren causar daño o perjudicar–, craving –deseo intenso de volver a consumir y otros problemas psiquiátricos.
Su uso también puede provocar complicaciones cardiovasculares graves capaces de conducir a una hemorragia cerebral o a un paro cardíaco.
Si se consumen cocaína no se debe conducir ni usar máquinas.
La creencia de que bajo sus efectos se trabaja más o se es más productivo es falsa. La energía que aporta en realidad la ha tomado prestada –como si de un crédito bancario se tratase– y el cuerpo la tiene que devolver con los intereses correspondientes. De ahí que quien trabaja habitualmente de noche sepa que la mejor forma de rendir es no probarla.